miércoles, 6 de marzo de 2013

DE UNA ESTELA ENCONTRADA EN EL DESIERTO

Señor de los Ejércitos, haz que mis enemigos perezcan. Que los que pretenden ver mi casa vacía, tengan vacías las cuencas de sus ojos. Que las manos sucias que asolan mi tierra, se vean huérfanas de caricias. Que los hombres que ignoran mi alma, sean privados de su espíritu por siempre. Que las hordas negras que acechan mi pueblo se vean arrojadas al abismo. Señor de la Venganza, permite que las bocas invisibles que ensucian mi nombre queden mudas. Que las huellas de las caballerías que asolan mi lugar se borren y crezcan en su lugar esperanzas por siempre. Que las mentiras que de sus bocas entumecen nuestros oídos, se desvanezcan. Que el aire sucio que respiran sus palacios llenos de oro se enturbie y haga crecer en ellos enredaderas de cicuta. Que el becerro impío que ellos adoran se convierta en caimán que los devore. Que sus mujeres sean hetairas que sacien mi harén. Que sus sombras arrojadas sobre mis paredes se limpien para siempre. Que sus mentiras se conviertan en cerbatanas que escupan dardos de silencio en sus oídos. Que sus dioses mueran y sean enterrados en tumbas ignotas y el polvo sea en ellas el único pasajero.
Señor, permite que el olvido caiga sobre los corruptos infames para siempre y habite en ellos como el polvo habita en las lápidas de los primeros profetas.
Que nadie toque mi casa, ni mi pequeño reino, ni mis palabras. Que sea la luz olvidada quien reviva por siempre y ellos, los infames, se vuelvan piedra y lodo; inmundicia y mentira, solamente.
Toda la venganza en Tuya, Señor.

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