jueves, 26 de enero de 2012

DIOS HA MUERTO Y ESTÁ ENTERRADADO EN UN CAMPO DE FÚTBOL

¿Qué es lo más importante en este santo país? La economía, el paro, los políticos, la corrupción..? No. Lo más importante es el fútbol, con diferencia. No importa que las cosas estén como están; lo importante es que el equipo fulano gane o no al equipo mengano; que tal club  ascienda a primera o descienda a segunda, depende. Y si el equipo es un equipo de los llamados "modestos" y gana a uno de los "grandes".... ¡qué queremos más! La carnaza está servida. Como lo está en las declaraciones repetidas hasta la saciedad por entrenadores millonarios que hablan peor que tordos.
Necesitamos un enemigo, un contrario. Lo mismo da que lleve una lanza o que vista una camiseta blanca. Necesitamos odiar, reafirmar nuestra mismidad frente al otro. Si no tenemos enemigos reales que violen nuestras fronteras, da igual: nos inventamos un equipo al que insultar, porque así nos creemos superiores. Nuestra verdad frente a la verdad del otro. Nuestras banderas frente a los pendones enemigos. Por supuesto Dios está con nosotros, siempre, porque llevamos razón y Dios no es tan estúpido como para ser del equipo contrario.
Hace muchos, muchos años, el homo sapiens perseguía bestias a las que acosaba para subsistir. Y pertenecía a una tribu que adoraba a sus totems y tenía sus enemigos. Como debe ser. La tribu era una piña y dentro de ella todo era seguro. La lucha era constante, como la vida. Ahora, a pesar de internet, seguimos exactamente igual. Necesitamos a la tribu, necesitamos gritar, vocear insultos, amenazar, mear en nuestras fronteras para marcar territorios. Lo que nos une es el color de unas camisetas sudadas, lo que nos identifica. Y se adora al nuevo becerro de oro que aparece con regularidad aplastante en las televisiones, en los telediarios todos, mientras un río inmenso de dinero baña a unos nuevos gladiadores vestidos con pantalones cortos que bulbucean  lo de siempre.
Dios ha muerto y está enterrado en un campo de fútbol. En su lugar, alguien ha colocado un inmenso balón resplandeciente.
Y no es que el fútbol sea el opio del pueblo, es que es el pueblo.

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