sábado, 22 de octubre de 2011

A DIOSES DESCONOCIDOS

Me tengo por un lector impenitente. La lectura ha formado lo poco que sé y lo mucho que ignoro; sin ella sería infinitamente más pobre; infinitamente más desdichado. A ella le debo momentos perfectos, encuentros inesperados, aventuras imposibles... y, sobre todo, le debo la capacidad de dudar. Dudo, luego existo, diría. Dudo, luego insisto... Pero últimamente dudo hasta de la propia lectura. La necesidad imperante que siempre he tenido de devorar libros, se ha atenuado hasta límites preocupantes. Siempre me gustaron los libros raros y ahora es raro el libro que me interesa de verdad. Una especie de aburrimiento o de pereza (no sé qué es peor) me invade y pocas veces traspaso el tercio del libro (a veces, ni eso). Supongo que el problema será mío y que  los años algo tendrán que ver en el asunto.
¡Oh, dioses de la lectura, acudid a mí de nuevo! No permitáis las ediciones de malos libros, de libros recomendados, de libros basura, de libros super-superventas. No permitáis poemarios obsoletos, predecibles, inflamados de flores naturales. No acojáis a los políticos en vuestro seno, ni a los famosetes que nos martirizan con sus memorias, ni a los clubs deportivos, ni a los cuentistas que viven del cuento, ni las autoayudas macrobióticas.
¡Oh dioses, no permitáis que sienta la sensación de haber malgastado el tiempo leyendo casas que olvidé! O mejor: dejad que lo olvide todo para poder leerlo todo de nuevo sin saber nada de nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario