martes, 19 de abril de 2011

PEQUEÑA ESCENA DE CALLE

El escenario: una plaza, unos árboles urbanos, un banco.
El personaje: una mujer joven (unos 27 años). Viste pantalones vaqueros, jersey rojo y lleva un bolso al que se aferra como a un salvavidas.
El momento: hacia el mediodía.
El tiempo: sol tibio de primavera, cielo azul clarísimo.
La acción: la mujer llora; llora calladamente; llora como si lo único que supiera hacer fuera eso: llorar, llorar con calma, sí, pero con la terquedad de una lluvia de abril.
Los extras: personas que pasan, rápidas. No se sabe bien a dónde van. Sólo pasan de acá para allá. Pasan, pasean. No miran: pasan. Mientras, la mujer joven, llora. Nadie le pregunta nada ¿a quién le importa? Nadie mira: el dolor ajeno es molesto, como es molesto el vómito arrojado en la acera.
Lo que quisiera hacer: acercarme, poner mi mano en el hombro de esa mujer, sentir su dolor como mío, porque todo dolor humano es común, es de todos.
Lo que hago: miro, aflojo un poco el paso, bajo los ojos, sigo mi camino ¿hacia dónde?
Lo que queda: un rastro leve de llanto, apenas un quejido continuo en el aire transparente. El cielo azul, clarísimo. La mañana tibia. La soledad enorme del dolor.

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