jueves, 22 de diciembre de 2016

COMO EL AVECREM, PERO SIN CALDO

Ya hace tiempo que mi opinión sobre la clase política española está por los suelos, habida la mediocridad y estulticia imperantes por doquier; mi desconexión o apagón con ella es cosa de mera supervivencia, harto ya de escuchar cosas que suponen, en el mejor de los casos, un insulto a la inteligencia media y un desconocimiento palmario de la realidad cotidiana. Se supone que un político debe conocer mejor que nadie lo que se cuece en su país, lo que interesa a los ciudadanos, lo que debería hacer que la vida de estos fuera mejor, más digna, más feliz (si este término no es "populista"  "demagogo" o, finalmente, ilusorio).
Por estas y otras cuestiones, me quedo, no de piedra: de granito, cuando todo un señor ministro de Asuntos Exteriores, flamantemente nombrado y suficientemente preparado (eso lo presupongo yo), afirma, refiriéndose al hecho de tener que emigrar para buscarse la vida, a consecuencia de la famosa crisis, cosas como que "irse fuera enriquece, demuestra inquietud y amplitud de miras", para rematar diciendo que "lo de dejar a la familia y a los amigos no es una tragedia". Pues depende, claro, señor ministro Alfonso Dastis, no lo será cuando, como usted, se viaja en business para trabajar de embajador o de alto cargo en cualquier institución, cobrando un sueldazo y todos los complementos habidos y por haber; pero ¿qué me cuenta cuando uno no tiene más cojones que salir a la pura fuerza para trabajar de camarero (eso sí con varios masters) por un sueldo de miseria, viviendo en un piso compartido y comiendo pizzas para ahorrar un poquito (sólo un poquito)?
Sí, viajar amplía las miras, enriquece (como el Avecrem) y puede ser una aventura que nos haga mejores personas, sobre todo porque nos demuestra que hay vida más allá de la Puerta del Sol; sí, sobre todo cuando se hace de manera voluntaria, y no porque no te quede otra; cuando se hace como búsqueda personal y no para trabajar en una pizzería como limpiaplatos; cuando se hace dignamente y no como mano de obra de baratillo con un "o lo tomas o te vuelves con el rabo entre las piernas a tu pueblo de mierda".
Ya casi nadie recuerda la diáspora de los años cincuenta-sesenta, de españoles que "abrieron sus horizontes" en Alemania y Suiza, dejándose allí la piel en fábricas, provocando un mar de desarraigo y tristeza a cambio de un salario mínimo (que aquí parecía la leche). Pero aquello no fue un drama, no para el ministro, al menos; aquello (y lo de ahora) fue, es, una amplitud de miras y un enriquecimiento que te cagas.

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