lunes, 12 de octubre de 2015

EL BAILECITO

Se abrió la veda del baile; del baile de los políticos, se entiende. Dicho sea en el doble sentido que sin duda ya habrán captado los inteligentes lectores: baile como danza y baile como vaivén, cambio y perpetua  permutación de "ahora estoy aquí, mañana... no sé".
Pero vayamos a la danza. 
Cuando uno cree que se acostumbró a los ocurrencias de los políticos, resulta que no: que aún caben la sorpresa y la estupefacción (al menos en mí). Los gabinetes ocultos que "cuidan" la imagen del político, que la limpian, la fijan y le dan esplendor, han decidido que ellos (los políticos) deben bajar a la arena del pueblo y hacer, si necesario fuere, el ridículo, con tal de empatizar con el populacho y arañar el voto de algún indeciso (que no tendrá las ideas claras, pero al que gustan los Chunguitos y Paquito Chocolatero). 
La cosa no es nueva. Hace tiempo que ya vimos, por ejemplo, a doña Espe, bailar el chotis (castiza ella); a Rita Barberá participar en una coreografía salerosa; a Fabra... y hasta al mismo Obama o al Príncipe Carlos de Gales, que a gracia no hay quien le gane. 
También hemos visto coquetear a algún dirigente en programas televisivos más o menos casposos, guiñando el ojo al coleguita que se supone te mira como diciendo: "anda, si resulta que a éste también le gusta el Hormiguero y el furbol..." Humanos al fin, como el menda.
Luego vino Miquel Iceta y destapó definitivamente la caja de Pandora bailonga de una manera más desinhibida, más bullanguera si cabe. Lo último han sido los pasos de la Vicepresi Soraya, que se arrancó con un bailecito aparentemente inocente y espontáneo, pero tan calculado y tan medido como la coreografía del Lago de los Cisnes. Si hay que bailar se baila, pero con cabeza ¿eh? No vayamos a sobrepasar el listón del ridículo en exceso. Un poquito para que se vea que llevamos el ritmo en las venas y no sólo de promesas vive el discurso político.
¿Populismo? No; eso para los de Podemos. Dejémoslo en popular (que no es lo mismo ¿eh?); hagamos honor al partido que nos parió. 
Y es que los políticos también lloran. Y bailan. ¡Vaya si bailan! O algo que se le parece.


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