martes, 14 de agosto de 2012

UNA COSA NORMAL

Hoy, en la calle, he visto a una mujer pidiendo. No es la primera vez, ni mucho menos, que veo esta situación. Entonces... ¿por qué ahora me he estremecido? Pasamos y creemos que la miseria es cosa normal, que forma parte del paisaje urbano, como la forman los árboles, los bancos o las papeleras. Pasamos y miramos, sí, pero no vemos; mejor: no queremos ver. Nos importa un rábano esa persona sentada en la acera con la mirada perdida. Ella no quiere mirarnos; no puede. Nosotros tampoco, por vergüenza, por timidez, por cobardía. Pero están ahí, cada vez más numerosas, cada vez más solas, cada vez más ignoradas. Un cartel de cartón explica una historia desgraciada de necesidad o de ignominia ¡qué más da! Nosotros seguimos caminando, volviendo la cabeza, pensando que quizá todo eso sea mentira: una añagaza para vivir del cuento. Eso creemos, con eso nos justificamos, por eso podemos seguir como si nada, sintiendo el aliento de la miseria que se va expandiendo más y más. Pero no: eso no nos puede pasar a nosotros. A nosotros no. A ellos (a los demás) quizá sí. A lo mejor se lo han buscado... ¿pero quién? ¿Ellos o los otros, los que están, invisibles, tras mesas de despachos infames?
No sé, probablemente escribo esto como justificación, probablemente trato así de esconder mi vergüenza; probablemente hago lo que debo hacer: decir que he pasado del dolor ajeno para que el dolor no me salpique demasiado.
Escribo con las tripas en la mano para tratar de decir que sí, que la miseria existe y que viene hambrienta... porque ella se alimenta (horrible paradoja) de hambre, de dolor y de abandono.

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