lunes, 5 de diciembre de 2011

PARÁBOLA DE LAS VACAS GORDAS

Hace mucho tiempo, existía un país lleno de vacas. Eran vacas gordas, de una piel reluciente, que se reproducían con una facilidad enorme. Así, los habitantes de aquel país vivían comiendo vaca, mientras recolectaban pasto verde y jugoso para las susodichas vacas. Todos eran felices: las vacas, alimentadas, cuidadas, limpias y veneradas y los habitantes, bien alimentados por la vacas alimentadas por ellos. Pero ¡ay! todo cambió de un día a otro. Sin saber por qué, las vacas contrajeron una enfermedad extraña. En pocos meses la cabaña vacuna menguó. Entonces, el rey de aquel país, aconsejado por consejeros técnicos en alimentación y dietética, emitió un bando que fue publicado en todos los pueblos y aldeas: quedaba prohibido comer más de 10 gramos de carne de vaca por habitante y día; aquel que sobrepasase esta cantidad sería decapitado, su casa sería incendiada y se borraría su nombre de todos los registros municipales. El rey, orondo y abotargado, dictó este bando desde su trono de oro, atiborrándose de chuletones. Y así siguió: comiendo insaciable, mientras sus súbditos pasaban hambre robando de vez en cuando pasto reservado a las  vacas regias. Nadie se atrevía a contradecirlo; es más: asistían al espectáculo de sus banquetes (que se transmitían por una televisión autonómica) con gesto asombrado, mientras sus tripas se retorcían de pura nada. Pasó en tiempo. El rey siguió comiendo chuletones mientras exigía más restricciones a sus paisanos. ¡No se puede comer tanto!, decía; ¡hay que someterse a una dieta severa! Naturalmente, por el bien de todos. Así llevan meses, años, siglos: el rey engordando y los vasallos enflaqueciendo. Las vacas, mientras, desaparecen, pues las pocas que quedan son reservadas para los festines privados del rey y sus consejeros. En todos los intestinos de los súbditos está creciendo una flora que no tiene nada de flora intestinal: están creciendo unas plantas carnívoras que van devorando poco a poco las ilusiones, el futuro y las ganas de comer. Los especuladores y asesores del rey, exultantes, dicen que eso se llama evolución, adaptación al medio. Un trovador me dijo que no; que eso se llama resignación. Y tú, lector, ¿cómo lo llamarías?

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