lunes, 27 de junio de 2011

LA MIRADA DE LOS PERROS

Cuando te miran, comprendes que hay algo más que instinto; comprendes que hay algo más tras esos ojos de filósofo viejo, ya de vuelta de casi todo: comprendes que algo casi humano, algunas trazas, algún resto humano, hay allí. Nos dicen que son sólo perros, animales y, por lo tanto, carecen de eso que hemos dado en llamar "alma". Bestias: así se les llama. Pero una bestia no puede mirar con esos ojos. No sé si allí habite algún humano purgando sus penas pasadas. No lo sé. Pero sé que miran con más limpieza que muchos de nuestros congéneres. Sé que no hablan con nuestra lengua, pero hablan con esa mirada que lo traspasa todo, como traspasa el meteorito la noche de verano, iluminando su rastro con su acabamiento, con la sinceridad de quien no pretende nada, ni siquiera ser creído, ni siquiera ser tenido en cuenta para absolutamente nada.
Nos miran y nosotros ignoramos sus miradas. No vemos. No vemos la fuerza de la inocencia, la grandeza de esos ojos que lo reflejan todo en su distante soledad. Nos miran y nos juzgan. Y saben que sus ladridos despertarán los ecos de las estrellas que llevan dormidas en el fondo de sus ojos.
Nosotros, como siempre, seguiremos creyéndonos los amos de Universo, los únicos con capacidad de amar, los únicos con alma. Ellos ladrarán a la luna y nos mirarán sin poder comprender tanta distancia, tanto desamparo.

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