viernes, 24 de junio de 2011

ABRO LA PUERTA (FÁBULA)

Finales de junio y un calor del copón. Una mosca enorme, grasa, negrísima, zumba a mi alrededor, trazando líneas, espirales que tratan de barrenar el aire seco de la habitación. La luz pasa por la ventana tropezando con todo, como un elefante en una cacharrería, derribando las aristas de las cosas, dibujando las sombras con mala leche. Y la mosca sigue ahí, terca, imperturbable, nerviosa, incansable. Y mis nervios que no pueden más. Persigo al díptero inútilmente. Sé que sus patas han frecuentado la carroña, la mierda, vaya, y ahora se pasean impunes por la superficie de todo lo que alguna vez tocaré o ya he tocado. Abro la puerta. Trato de espantar al insecto a base de manotazos imbéciles. Abro la puerta. Se dice que las moscas huyen hacia la luz. Abro la puerta. Regenero el aire antes detenido. Manotazos ¡zas, zas! Y la mosca nada, tan campante. Algo va mal en la habitación. Algo convive conmigo y no quiero; no quiero este acompañamiento, este sonido como de cuerda desbocada. Abro la puerta para ver si así... para ver si el aire... Pero no. De pronto pasa otra mosca. Más grande. Más sonora.
Ahora son dos y no paran de girar.





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